El mes de noviembre es mi mes, un mes que anuncia cambios en el color del ambiente y que la naturaleza preludia días melancólicos. Para quienes, como a mi, noviembre da la posibilidad de reflexionar de vez en cuando con sentimiento; siempre encontramos un motivo para tratar de pensar en lo que forma parte de nosotros y ni lo vemos ni tan siquiera intuimos que está ahí; una sensibilidad traicionera que deja un regusto de romanticismo que acaricia los sentidos.
Hoy, día dos de noviembre es ideal para pensar en las ausencias. Las ausencias siempre son sentidas. La pérdida de un ser querido pasa por un primer momento como es el de la negación, después pasa a la comprensión y asimilación de lo sucedido y por último, y como tercera fase, se pasa a la afirmación de lo evidente, de lo que pasó. Hoy dos de noviembre es un día para añorar las ausencias de quienes tristemente se fueron para siempre y quedan en nuestro recuerdo.
Otras ausencias, las de los vivos, han sido estudiadas y valoradas por psicólogos y cómo afecta esta sensación de soledad provocada porque cuando te miras la mano sientes que la otra persona no está ahí.
Ausencia pudiera ser esa falta de noticias que debilita lazos emocionales y en otros casos con la ausencia se experimenta una mayor intensidad emocional y mayor apoyo entre dos personas distantes; hay relaciones de ausencia que suponen una carga.
No tiene poca importancia la crisis de ausencia que provoca aquella persona que con la ida infringe en quien se queda y la sufre con una mirada vacía, confundida con la falta de atención; los expertos dicen que dura entre diez y treinta segundos y puede tener efectos secundarios como la desorientación y las ganas persistentes de dormir; esta crisis y sus consecuencias también la puede padecer la persona que se aleja de su lugar habitual.
Es verdad que en la ausencia lo que es escaso se vuelve valioso como el tiempo compartido con las personas de las que se alejó, las aventuras disfrutadas y los recuerdos llenos de colorido y alegría que se transforman con el paso del tiempo en acontecimientos gloriosos. Es humano que lo cotidiano, lo abundante, por el contrario, no se valore de forma adecuada y en ese caso pasa a un estado de ignorancia, de poca importancia y abandono, aún estando muy presente.
Dicen los expertos que la ausencia hace crecer el cariño. Muchas personas con una relación a distancia aseguran que estar lejos de la otra persona hace que el tiempo que puedan pasar juntos sea especial. El deseo se genera con la ausencia y la añoranza.
Soy de los muchos que creemos que la persistente y machacona presencia de una persona junto a ti pueda generar la necesidad de buscar un espacio en libertad, incluso puede llevarte a la ansiedad; es necesario un espacio en el que la persona pueda encontrarse consigo misma, esos momentos engrandecen y generan una actitud positiva a reencontrarse consigo mismo.
El secreto de la felicidad está en la libertad; el emperador Marco Aurelio (siglo II) dijo: “Para vivir feliz basta con muy poco”. En todo caso, no parece mucho pedir vivir con quien uno se siente engrandecido, eso sí que es la libertad y por tanto la felicidad.
Las personas necesitamos los dos extremos: que se nos quiera y que se nos aprecie en nuestra libertad, un don que no deberíamos perder nunca. John Milton (poeta inglés del siglo XVII) dijo que “la soledad es a veces la mejor compañía, de modo que un corto retiro acelera un dulce retorno”. En muchas ocasiones no hay mejor compañero que haga tanta compañía como la soledad.
Algunas personas por el mero hecho de alejarse no se rinden y necesitan los afectos, las caricias, los mimos, incluso cuando quien necesita de ellos es el “otro yo” que te complementa, ese yo indispensable a quien le hablas y te susurra al oído lo que procede y lo que no, es esa conciencia íntima que te castiga, que regenera o reafirma en tus opiniones. Contar con el “otro yo” es el factor determinante para la persona que se siente llena.
La pérdida de presencia cuando es sentida demuestra conexión profunda entre quien se va y quien se queda y puede transformarse en dolor; es verdad que las ausencias llegan a fortalecer la relación aún no teniendo contacto físico; el poder inmenso del cerebro y las emociones juegan un papel importante para restablecer cada vez que se necesita el hilo conductor entre dos personas que están alejadas uno del otro y quisieran estar juntas.
Cuando un ser querido se aleja, una especie de pena inmensa invade la vida. Las relaciones a distancia duran más tiempo, según los expertos. Hoy la tecnología viene a solucionar los problemas de acercamiento aunque sea por esa memoria del viento que trae las noticias de inmediato y nos muestra realmente la salud y la intensidad de una relación.
¿Se puede superar una ausencia?. Quienes se han dedicado a estudiar las conductas humanas dicen que la ausencia entre las personas es superable siempre que se cumplan tres condiciones: Darle tiempo al tiempo, no olvidar y recordar con cariño.
Cuando alguien extraña a alguien es porque se ha producido una herida, cuando tiene una necesidad de ternura y afecto que en algún momento ha dejado de tener y necesita recuperar, es un sentimiento en el que la persona se ve perdida, le falta el referente por el que se ha guiado; casos en los que el norte de la vida cambia de lugar o simplemente se pierde.
Estar ausente es padecer la sensación de estar desconectado de uno mismo, el “otro yo” al que se le consultan las cuestiones más difíciles ante una crisis tiene la función importante de resetear la mente perdida para lograr la plena estabilidad. Es importante tener ese “otro yo” que nos ayuda en los momentos difíciles y lucha contra nuestro estrés, ansiedad o el cansancio.
La tristeza del alma, muchos la padecen y pocos la identifican y para quitarla hay que aceptar las emociones en lugar de luchar contra ellas, procesándolas e incluso llorando y para ello también debemos aprender a relajarnos.
Debemos sentir nuestras emociones sin juzgarnos; es normal estar de luto ante una ausencia importante y para ello es imprescindible además de estar rodeado de amigos, valorar cada momento vivido, cada acontecimiento pasado y saber que sin la persona añorada el sentimiento de que nada es igual nos invade.
La felicidad resuena en nuestra mente en forma de mirada cómplice, de un gesto especial, de un abrazo infinito o un beso sutil o apasionado, de los que enamoran; lo peor de todo es que buscamos la felicidad fuera de nosotros cuando, en realidad, la tenemos dentro y lo único que habría que hacer es examinar nuestro interior.
Siempre M.A.
Noviembre 2025
